lunes, 16 de abril de 2012

Viviendo en ninguna parte




















Jason Reitman, como director, es un tío con personalidad. Normalmente, para que una película se te cuele en la memoria tiene que ser especialmente impactante, tremendamente divertida o conectar emocionalmente contigo. Y en los pocos años que lleva haciendo largometrajes (empezó en 2005 con Gracias por fumar, que no se reivindica lo suficiente), Reitman ha apostado por un tipo muy específico de comedias dramáticas que a priori lo tenían todo para pasar con indiferencia por las pantallas y que han acabado convirtiéndose en referentes del género.

A pesar del revuelo que armó y de lo que dijesen los americanos, Juno, la película que le catapultó a la fama, no era tan corrosiva y gamberra como nos la quisieron vender. Y, si bien todas las películas de Reitman tienen un toque de acidez que les sienta de maravilla, prefiero definirlas como “comedias con grandes dosis de verdad”, ya que en mi opinión es esto lo que las distingue y las hace destacar. Si además tiene el valor de tratar temas como el embarazo adolescente o los despidos a causa de la crisis económica justo en épocas en las que están de plena actualidad, bravo por él.

Digo todo esto a raíz de Up in the air, película que tenía pendiente desde hace un par de años y que ayer venía con El País. Como mínimo, leyendo la premisa y viendo las seis nominaciones que tuvo en los Oscar de 2009, parecía algo interesante. Y vaya si lo es, porque Up in the air es más claramente que sus dos películas anteriores un espejo en el que verse reflejado. El personaje de George Clooney, que se presenta a sí mismo como un tipo extraño que disfruta viviendo en ninguna parte y que se siente como en casa esperando junto a la maleta en una terminal tiene mucho de cualquier persona que se aferre a sus costumbres o que niegue los propios miedos.

Su meta, los diez millones de millas, un objetivo tan banal como significativo que le basta para seguir adelante. Y Vera Farmiga y Anna Kendrick, las dos mujeres que vienen a destrozar su estabilidad emocional y laboral, respectivamente. Up in the air parece una historia sobre la crisis económica, sobre los despidos, sobre la pérdida de la esperanza, pero sólo lo es superficialmente. El trabajo del protagonista, cuanto menos curioso (las empresas le contratan para despedir gente suavizando el impacto para evitar represalias legales), sirve para mostrar un par de testimonios interesantes y sacarle los colores a una sociedad en la que realmente a nadie le importa el despedido, pero la crítica nunca pasa por encima de los personajes.

Al rebuscar entre películas que mezclan drama y comedia podemos encontrarnos con cosas terribles, y solo conseguir una dramedia consistente ya es digno de mención. Por tanto, Up in the air, en la que las situaciones más dramáticas se tornan en absurdo y al final el tono general es tan neutro que fascina, es una gran película y hay que valorarla como tal.

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