lunes, 30 de julio de 2012

Disfrutando los sesenta


Una de las principales ventajas del verano para cualquier seriéfilo es que disminuye el número de series en emisión y además se dispone de más tiempo libre, lo que permite ponerse al día con series que no tuvimos tiempo de ver en “temporada alta”. Sin embargo, hay series que dan incluso más pereza con el calor estival, así que la ventaja de estar, además, sin conexión a Internet, es que si sólo tienes descargados episodios de Mad Men con sus correspondientes subtítulos, en los ratos muertos no te queda otra que ver Mad Men. Y eso es lo que he hecho esta última semana, descubriendo que la acalamadísima obra de Matthew Weiner me encanta y ya no es la serie cuyas dos primeras temporadas vi casi por obligación. ¿Que por qué me gusta tanto? Por varios motivos:

La publicidad: Es verdad que a mí el mundillo de la publicidad me interesa bastante, pero creo que no hay que ser un gran fan del tema para que las discusiones de Don con su equipo de trabajo resulten curiosas. Ver cómo se idean eslóganes, cómo se sacan conclusiones de los grupos de discusión, etc. es muy interesante, sobre todo en una época en la que la publicidad era mucho menos sutil e influir en la conducta de los consumidores parecía mucho más fácil.

El matrimonio Draper: Uno de los pilares fundamentales a lo largo de las tres primeras temporadas es la relación entre Don Draper y su mujer, Betty. Tan imperfectos, tan egoístas, que casi parece que estén hechos el uno para el otro (aunque si me preguntáis, Betty me merece más respeto que Don). El caso es que esa sucesión de infidelidades, rencores, recelos, discusiones y momentos felices resulta fascinante y perturbadora a la vez, y es uno de los motivos que me movieron a seguir con Mad Men en un principio.

La deriva de Pete Campbell: No creo que la intención de Matthew Weiner haya sido nunca que Pete Campbell nos caiga bien: desde el principio era un trepa despreciable y vendería a su propia madre con tal de escalar profesionalmente. Además, serle infiel a Alison Brie debería estar penado por ley. Pero lo cierto es que tiene motivos para ser así: el pobre es un desgraciado al que nunca le sale nada bien y, de pronto, uno se da cuenta de que es uno de sus personajes favoritos y de que quiere que le vayan bien las cosas por una vez.

El humor: Que una serie dramática con las aspiraciones de Mad Men se atreva a introducir humor en sus episodios es un punto muy a favor: no sólo no te esperas los toques cómicos (por lo que te hacen reír más), sino que da una mayor sensación de naturalidad (el último episodio de The Good Wife fue tan grande precisamente por eso). Es cierto que en las primeras temporadas había algún punto cómico más sutil, pero ver a Peggy subida a la mesa de su despacho para ver qué hace Don en el de al lado o ver cómo preparan una campaña falsa para despistar a los competidores ha resultado ser desternillante. A todo esto hay que sumarle los one liners de Roger Sterling y la incorporación de Jared Harris al reparto en la tercera temporada (las peculiaridades de Lane Pryce también son geniales).

El retrato de la época: Y toca ponerse gafapasta y obvio, pero hay que reconocer que Mad Men refleja muy bien cómo era la vida en los años sesenta, una época en la que todo el mundo aparentaba ser feliz, pero escondía una profunda depresión tras su vida de postal. No hay personajes felices en Mad Men (y si los hay no les dura mucho), sino que unos están más acostumbrados que otros a las injusticias que sufren (y todo resulta mucho más fácil si eres hombre, blanco y heterosexual, claro). Lo más interesante, por cierto, es que es un sentimiento no exclusivo de la época, sino más bien universal.

No estoy diciendo que Mad Men sea perfecta: a las temporadas les cuesta unos cuantos episodios arrancar, las historias siguen tomándose su tiempo para avanzar y me cuesta cada vez más soportar a Don Draper, un personaje que intentan que nos caiga simpático a pesar de sus defectos (que se pasan siempre por alto). Es un gran personaje, pero un poco de honestidad a la hora de retratarlo se agradecería. Por lo demás, empiezo a entender los cuatro Emmys consecutivos que se ha llevado Mad Men y, contra todo pronóstico, estoy enganchado y me lo paso muy bien con ella.

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