jueves, 11 de octubre de 2012

Amy Pond y el Doctor

Nota: En este artículo hay bastantes spoilers de toda la etapa Moffat de Doctor Who.

Desde que cogió las riendas de Doctor Who, Steven Moffat se ha dedicado a contarnos una historia que a veces podía parecer demasiado trascendental, y que quedaba en evidencia cada vez que los finales de temporada trataban de darle sentido sin mucho éxito a todas las locuras que salían de su cabeza. Sin embargo, yo siempre he defendido que Doctor Who puede permitírselo más que cualquier otra ficción, por ser una serie familiar que, además de entretener a los adultos, está diseñada para fascinar a los más pequeños de la casa (le pese a quien le pese). Por eso, puede que las tramas no siempre estén bien atadas o que abunden los cabos sueltos, pero siempre que todo esto sirva para explotar al máximo las posibilidades de una serie como esta, en la que se puede viajar a cualquier punto del espacio y el tiempo, me da igual. Y Moffat, hasta ahora, ha demostrado ser un genio en muchos de los episodios “procedimentales” de su etapa.

Si el silencio caerá o no cuando se formule la principal pregunta de la humanidad que nadie se ha hecho: “Doctor Who?” (que alguien me explique qué sentido tiene esto) importa más bien poco, o por lo menos a mí no me quita el sueño, porque no me espero una resolución satisfactoria y coherente (la ciencia ficción planteada a largo plazo en televisión rara vez la tiene). Eso sí, si Moffat sigue convirtiendo la estatua de la libertad en un ángel llorón, haciendo flotar la Londres del futuro sobre una ballena espacial, creando monstruos invisibles que solo la locura de Vincent Van Gogh puede ver y convirtiendo la TARDIS en una mujer con sentimientos, yo voy a seguir a sus pies.

Pero si la era Moffat me ha gustado tanto es gracias sobre todo a Amy Pond. No se trata ya de la vitalidad, el entusiasmo y el carisma que Karen Gillan supo darle al personaje desde el primer momento en que apareció, sino al vínculo extremadamente fuerte que ésta tenía con el Doctor, que llegó cuando era una niña huérfana y le dio un nuevo sentido a su vida para tenerla después esperando durante años ante la promesa de que volvería. La esperanza de su regreso le ayudó a seguir adelante, y cuando por fin la rescató de su anodina existencia, la noche antes de su boda, Amy no dudó un segundo en huir con él. La felicidad que proporciona viajar por el universo, descubriendo mundos imposibles, luchando contra vampiros en Venecia y viendo cómo todo aquello con lo que soñabas de pequeño se hacía realidad no debe tener precio.

Sí es cierto que cuando Rory (un mero recurso para evitar que Amy y el Doctor resolvieran su tensión sexual) se subió al carro, el personaje de Amelia Pond perdió bastantes enteros, pero el recuerdo de lo que fue durante la quinta temporada y varios momentos puntuales de molonidad durante las dos últimas han hecho que sea imposible perderle cariño. Y Rory, al que en un principio odié, ha ido ganando enteros (eso de esperar encerrado 2000 años a Amy le redimió bastante). No lo echaré de menos, pero tampoco me molestaba -era bastante gracioso ver cómo moría cada tres episodios-. Comienza una nueva etapa para el Doctor, y su nueva companion, a la que nos presentaron en 'The Asylum of the Daleks', apunta maneras. Pero el hueco que deja la pelirroja que esperó sentada sobre su maleta es muy grande, porque ha reflejado (y vivido) el sueño que los espectadores más niños (o más infantiles) de Doctor Who habrán tenido alguna vez.

1 comentario:

JJ Martínez dijo...

Debo de decir que, aunque llevo ya algunas temporadas de la serie, si que es cierto que Amy es, posiblemente, de las que más hondo me han calado. Seguramente se deba a esa extraña conexión que, como bien mencionas, se establece desde prácticamente el principio con el Doctor. Una conexión bastante más profunda ya desde el principio que con otros/as acompañantes.

Debo de decir que con Rory pasé más o menos una etapa similar a la tuya, aunque tampoco llegué a la fase de odiarle, si que me parecía fuera de lugar en un principio.

Y para terminar, si que me gustaría destacar que si Amy ha sido tan buena como acompañante, probablemente se deba a lo mucho que nos identificamos con nuestro "yo" de niño que tanto ansiaba y ansiaría realizar todas esas aventuras aunque tuviese que esperar otros 20 años. Algunos incluso aún lo esperamos.