lunes, 24 de junio de 2013

Las maquinaciones de Hannibal


Me gusta que Hannibal exista no sólo por lo mucho que la disfruto, sino también porque demuestra un par de cosas. La primera, que dentro de las limitaciones de las networks se pueden seguir haciendo series de calidad que no sólo apuesten por la complejidad y la calidad, sino que además la compaginen con puro entretenimiento. La segunda, que NBC es una network que todos los años lanza un producto que cumple lo anterior, aunque muchas veces —Kings, Awake— no le salga demasiado bien. Su enorme debacle en audiencias es motivo de burla constante en Twitter, pero pocos le reconocen que sus comedias, por ejemplo, son de lo mejor de la parrilla norteamericana.

Y Hannibal, con sólo una temporada, ya se ha convertido en la mejor en varios aspectos: es la mejor dirigida, tiene la mejor fotografía (con perdón de Rectify), el mejor uso de la música y la atmósfera mejor conseguida. Pero no sólo son técnicas sus virtudes: es retorcida como pocas, sus toques de humor negro son muy divertidos y las interpretaciones de Hugh Dancy (que transmite perfectamente la fragilidad de Will Graham desde el minuto uno) y Mads Mikkelsen (al que su físico le viene como anillo al dedo para interpretar al doctor Lecter) son soberbias.

Tardó muy poco en pulirse, y en estos trece episodios hemos asistido a un juego psicológico y de identidades ocultas en el que Hannibal engañaba a todos y cada uno de los personajes de la serie, pero también a nosotros. Como espectadores conscientes de que los banquetes del doctor Lecter están hechos de carne humana, creíamos ir un paso por delante de Jack Crawford —un odioso Laurence Fishburne— y Alana Bloom —un personaje del que no habría estado mal saber un poco más. Sin embargo, en los dos últimos episodios descubrimos que Hannibal ha estado jugando con nosotros. La season finale destapa las cartas que quedaban boca abajo mientras el espectador no para de pensar “¡qué hijo de puta!” y se lamenta impotente al ver que falta un año para saber cómo va a continuar esto.

No está exenta de fallos, de todos modos. Hay episodios de Hannibal que carecen de ritmo. Los casos procedimentales, que deben servir para que el espectador tenga una sensación de avance aunque la trama siga cociéndose lentamente (FringeJustified, Elementary The good wife serían buenos ejemplos), en Hannibal estorban. A lo largo de la primera temporada, sólo han sido verdaderamente interesantes tres: el farmacéutico que cultivaba champiñones, Molly Shannon como una espeluznante “madre adoptiva” y el fabricante de violines. Los demás, más allá de la impresión que puedan causar al principio (ese tótem humano) o de los auto-homenajes de Bryan Fuller (Tan muertos como yo) no aportaban mucho, y más que nada dejaban en evidencia la “empatía” de Will, prácticamente un superpoder que desentona en una serie que el resto del tiempo es realista.

Entre los secundarios, el equipo de forenses no pinta nada (el personaje de Hettiene Park parece que va a ser relevante pero nunca pasa de las tres frases por capítulo), pero otros (otras, en realidad) mucho menos presentes tienen más, valga la redundancia, presencia y entidad. Pienso, por ejemplo, en la elegante psicóloga de Lecter a la que interpreta Gillian Anderson (que probablemente grabó todas sus escenas en una tarde que tenía libre y no volvió por allí) o en la genial Freddie Lounds (está hecha para que la odiemos, pero no puedo ser más fan de sus maquinaciones). Aunque la estrella de la serie, con perdón de los protagonistas, ha sido Abigail Hobbs: Kacey Rohl ha conseguido resultar perturbadora y que al mismo tiempo queramos abrazarla y decirle que todo va a salir bien, algo que no resulta nada fácil.

Hannibal, con sus fallos, ha tenido una primera temporada más que notable, con unos personajes interesantes, una atmósfera opresiva que no llegaba a atosigar gracias a los toques de humor negro del guión y un cierre perfecto, que da sentido al camino recorrido.

lunes, 10 de junio de 2013

Por qué me gusta The killing

Homeland es un remake de la serie israelí Hatufim. Éste es un dato que el mundo convenientemente ignora –y es normal, que yo soy el primero al que ponerse a ver la original le da una pereza tremenda–. Todos le atribuímos a la serie de Showtime virtudes que puede que no sean suyas: el enfoque tan poco maniqueo que tiene (bajo nuestro punto de vista, que también hay quien la tacha de anti-islámica) bien puede ser fruto de la nacionalidad de su referente, y no sabemos si la fascinante y perturbada personalidad de Carrie Mathison es una mera réplica de la de la protagonista israelí. Quiero decir, en definitiva, que las opiniones sobre Homeland no se desechan si quien las expresa no ha visto Hatufim, igual que cualquiera tiene derecho a criticar The walking dead aunque no haya leído los comics. Sin embargo, Forbrydelsen, la ficción danesa en la que The killing se basa, fue tal éxito en el Reino Unido que opinar sobre esta última sin haber visto la original parece estar prohibido. Por tanto, aviso de que voy a hacerlo para que quien quiera deje de leer ya.

The killing estrenó su tercera temporada tras una milagrosa resurrección la semana pasada, pero no voy comentar el arranque en este artículo, sino que voy a aprovechar que me preparé a conciencia para este regreso viéndome las dos primeras temporadas del tirón para explicar por qué The killing me gusta.

Soy consciente de que la serie tiene fallos, pero no tengo ganas de comentar aquí sus giros de guión cogidos con pinzas y sus tramas secundarias que parecen no ir a ninguna parte. Puede que haber visto las dos primeras temporadas semanalmente resulte mucho más frustrante que hacerlo del tirón (el sufrimiento de Mitch Larsen por la muerte de su hija es muy lógico puesto que sólo se cuentan los 25 días posteriores a la aparición del cadáver). Sea como sea, en este caso pesan para mí mucho más las virtudes que los fallos.

En primer lugar, hay que admirar la dirección de The killing. La Seattle húmeda y oscura que nos presenta ha sido tachada de deprimente, pero yo siempre he sido más de nubes que de claros, por lo que lo único que conseguía esa atmósfera tan elaborada era atraerme aún más, como el que ve caer la lluvia tras la ventana con la comodidad que proporcionan un techo y una manta. The killing forma parte de ese reducido grupo de series actuales que juegan con la puesta en escena y la utilizan para dar matices a la historia. Downton Abbey, Mad men o Homeland están muy bien dirigidas, pero la mayor parte del tiempo los planos y la iluminación son convencionales y meramente instrumentales. Son pocas las series de televisión (Rectify, Hannibal, Breaking bad) que de verdad se esfuerzan en presentar una factura visual distintiva, y The killing es una de ellas.

Otro de los aspectos loables de la serie de Veena Sud es el empeño que pone en que los personajes implicados en las tramas tengan un trasfondo. Dado que Linden y Holder funcionan tan bien juntos –algo que comentaré después–, no era necesario en las dos primeras temporadas que los trabajadores de la campaña política de Darren Richmond tuvieran historias personales; por su lado, la familia de Rosie Larsen podía haber sido mucho más secundaria, ejerciendo únicamente presión. Sin embargo, como ya hiciera la española Desaparecida, la “hija fea” de AMC prefiere hacer un retrato del dolor de la familia, lo que para mí fue uno de sus puntos fuertes –Michelle Forbes no desaprovechó ni una sola escena y yo no olvidaré nunca la última escena de los Larsen. Es cierto que la vertiente política funcionaba mucho peor, pero también me fue ganando progresivamente.

Y, por supuesto, The killing tiene a Mireille Enos inerpretando a Sarah Linden. Linden es la ruptura definitiva con los prototipos femeninos en la ficción. Ante las amas de casa perfectas (Bree en Mujeres desesperadas), las mujeres trabajadoras que anteponen su familia a todo (Alicia en The good wife) y las que son un desastre en su vida personal pero infalibles en su puesto de trabajo (Carrie en Homeland, Olivia en Fringe), llega The killing para presentarnos a una mujer que es un desastre en todos los aspectos de su vida. La obsesión malsana de Linden con ciertos casos no sólo la lleva a convertirse en la peor madre imaginable, sino que también le hace perder por completo la perspectiva, poniéndose a ella y a su compañero en peligro en varias ocasiones y llevándola a obcecarse con falsos culpables. Es más, cuando Linden busca respuestas desesperadamente también se olvida de ser educada y simpática (rompiendo así con otro tópico, el de las mujeres torpes pero monas y simpáticas que vemos en The newsroom).

Y esa figura llena de defectos transmite al mismo tiempo una firmeza pocas veces vista en un personaje tan frágil. Mireille Enos, que cuida al detalle su interpretación (estoy enamorado de la forma en que Linden sujeta los cigarros), logra encarnar esa dualidad y que su personaje sea querible. Con el paso de los episodios se nos va desvelando el origen de los problemas de ésta con las investigaciones, algo de lo que parece que sabremos mucho más esta temporada y en lo que yo tengo especial interés.

Stephen Holder, por su lado, es el contrapunto perfecto. El detective interpretado por Joel Kinnaman sabe ver lo bueno que hay en Linden antes incluso de que lo haga el espectador, se abstiene de juzgarla la mayor parte del tiempo y su mente fría sirve de ancla para que Sarah no navegue definitivamente a la deriva. Al mismo tiempo, el referente de ésta es clave a la hora de entender el tipo de detective en el que se convierte Holder. La relación de los dos es uno de los puntos fuertes de la serie, y uno de los pocos a los que no se le puede poner ninguna queja.



El problema es que The killing no ha sido nunca un thriller, o al menos no un buen thriller (carece de ritmo), y nos la vendieron como tal. Eso sí, como drama hay mucho petróleo que sacar todavía de ahí. La tercera temporada apunta alto, y todavía no es tarde para subirse al carro. De nuevo, la trama vuelve a dividirse en tres afluentes: Linden, Holder y la investigación por un lado; unos jóvenes indigentes del entorno de la víctima por otro; y un condenado a muerte que ya sabemos que es inocente pero que no actúa como tal. Es decir, que Sud no ha hecho mucho caso a los críticos y va a seguir haciendo la serie que le da la gana. ¿Es eso malo? Para mí no.